jueves, 28 de marzo de 2024

PASCUA DE RESURRECCIÓN - B

 Jn. 20,1-9


El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y le dijo:

-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

 

COMENTARIO

Es Pascua: la pascua de Jesús, el hijo de Dios, nuestra pascua, la pascua de todos los pueblos, la pascua que celebran todas las religiones.

Estamos en tiempos de pascua: también de todos los seres vivos, también de las flores y de las plantas. La pascua nos habla de vida.

El hombre, a lo largo de su ya milenaria historia en la tierra viene celebrando la pascua de la creación, la fiesta de su propia pascua, que ha vivido siempre con esperanza. La creación ha enseñado al hombre a vivir y celebrar la esperanza en su propia pascua de resurrección. Cuando contempla los brotes de los árboles, de los cereales que él sembró, recibe una hermosa lección de la Pascua de Resurrección: La vida nunca muere, simplemente desaparece de nuestra vista, pero vuelve a surgir hermosa cada primavera.

Con todo, hay una pascua que los creyentes celebramos con especial alegría: es la Pascua, la de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Dios quiso compartir nuestra historia para ayudarnos a comprender que la vida que brota de sus entrañas de amor sin límites no muere, no desaparece, dura eternamente. Cada uno de nosotros participa de esa vida. En la pascua de Jesús hemos comprendido que también nosotros resucitaremos, que Dios Padre nos quiere a su lado para siempre, desde el día que nos engendró en sus entrañas de amor.

Desde la resurrección de Jesús hemos comprendido que la vida nace del amor de Dios y no se pierde en el abismo de las tinieblas, permanece para siempre.

La creación es rica en imágenes: nos ayuda a entender el misterio de la vida de Dios, de nuestra propia vida. Cada primavera nos asombra con la nueva vida que brota de la tierra, incluso de aquellos campos que el fuego ha devastado. La desolación, la destrucción, el aparente fracaso de nuestro actuar no es el final de la historia de la creación y del hombre. La vida está en Dios, nosotros mismos estamos en Dios: «En Dios vivimos, nos movemos y existimos» (He 17, 28). El salmista nos invita a reconocer la presencia amorosa de Dios en nosotros, que no nos dejará nunca de su mano, y nos invita a rezar con él: «Se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me abandonarás en la región de los muertos, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción» (Sal 15).

El labrador siembra en el otoño de la vida y espera con paciencia la llegada de la primavera, seguro y esperanzado en el retorno de la vida. Si la siembra ha sido hecha con esmero en buena tierra, sabe con certeza que la cosecha será espléndida. Esto nos enseña que hemos de sembrar y cuidar nuestra sementera con buenas acciones, para que en la primavera de nuestra resurrección la cosecha sea abundante.

Que las hermosas imágenes que nos proporciona la vida nos ayuden a vivir este tiempo de Pascua con esperanza renovada y alegría, porque sabemos que Dios Padre no nos dejará abandonados nunca, pese a nuestras limitaciones, pecados y fracasos. Dios Padre nos recuperará en el último día. A Dios Padre no se le pierde ninguno de sus hijos.

miércoles, 13 de marzo de 2024

V DOMINGO DE CUARESMA - B

 Juan 12, 20-33


En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

«Señor, queremos ver a Jesús».

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.

Jesús les contestó:

«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre».

Entonces vino una voz del cielo:

«Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».

La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

«Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

COMENTARIO

El autor de la Carta a los Hebreos es consciente de que al Hijo de Dios le costó sudor de sangre y lágrimas (en el huerto de los olivos) obedecer, aceptar la voluntad del Padre; pero aceptó y fue causa de vida eterna para todos los que creen en él.

Bien, aquí tenemos un modelo a seguir en nuestro caminar como cristianos, como discípulos de Jesús. ¿Somos capaces de aceptar que para dar vida hay que morir primero, como el grano de trigo? ¿Aceptamos la voluntad de Dios sobre nosotros, aunque nos resistamos a entender, o no le comprendamos en absoluto? ¿Asimilamos la enseñanza que nos transmite la propia naturaleza: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto?».

Reconozco que es muy difícil asumir que primero es la muerte y luego la vida. El mundo de bienestar en el que vivimos no lo entiende así: primero es gozar de un nivel de vida lo más confortable posible, aun a costa de lo que sea y de quien sea. De aquí encuentran justificación el aborto, la eutanasia, la devastación de nuestro planeta, el ignorar a millones de seres humanos del tercer mundo.

Las lecciones de vida que nos presenta nuestro planeta son fáciles de comprender y no admiten discusión: solo muriendo en tierra se engendra vida. Lo mismo el hombre: solo entregando la propia vida se multiplica la vida y, por tanto, se vive para siempre. Así parece desprenderse también del texto evangélico de este día.

¡Qué hermosa expresión y que digna de tener en cuenta en la educación de nuestros hijos la que encontramos en la Carta a los Hebreos!: «A pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer» Nosotros enseguida nos cansamos de exigir, de tratar de convencer a nuestros hijos de que solo a través de la cruz, es decir, del sufrimiento se llega al éxito, a la vida. Seamos constantes en mostrarles modelos de hombres y mujeres que triunfaron después de largos años de sufrimiento, de duro trabajo y estudio, de ahorro y privaciones. No tenemos que buscar lejos estos modelos: los tenemos en la propia familia seguramente. Aquí los abuelos tienen mucho que transmitir a las nuevas generaciones.

El próximo día 19 celebraremos el día del padre y del abuelo, la fiesta de san José, el padre de Jesús. Poco encontramos de él en los evangelios, pero asumimos las dificultes de su vida en los primeros años de vida de su hijo: acepta desposarse con María, busca inútilmente posada en Belén para que su mujer pueda dar a luz con un mínimo de comodidad, emigra a Egipto ante la amenaza de Herodes de ejecutar a los nacidos menores de dos años, busca con preocupación a su hijo que se quedó en el Templo de Jerusalén… Así pues, san José se nos presenta como un buen modelo de padre y santo protector.

Pidámosle en este día para que nos ayude en nuestro deber de abuelos, padres y educadores de nuestros jóvenes.

Que en esta celebración de la eucaristía aprendamos el valor de la pasión y la cruz que nos llevan a la vida y a la resurrección. Que en ella encontremos fuerzas en nuestro caminar de abuelos, hijos y educadores cristianos.